lunes, 17 de octubre de 2016

A la tercera...

Si todo lo que acabase en -arte lo fuese...
mirarte, bailarte o matarte me convertirían en la mejor de las artistas.
Sabría dibujar tus ojos, para plasmar de forma certera, tu mirada
clavada en las puntas abiertas de mi pelo.
Sería capaz de componer la melodía más pegadiza y bonita
que hayas escuchado jamás. Y te juro que nada tendría que envidiarle a tu risa.
Sería algo del tipo: "te invito a un café y a un polvo"
ya sabes, de esas cosas que no te esperas
pero se quedan ahí grabadas para siempre.
(estoy señalando a tu entrepierna.
Perdón, quise decir corazón)
Sería algo para ser bailado por una stripper
en tus caderas,
en un bar de carretera.
Mis palabras, tendrían la certeza de matarte;
lo siento, siempre he sido demasiado cobarde para jugar a esas a cosas,
sin embargo ellas no. Ellas pueden hacer el trabajo sucio
como cuando me hablas bajito
y me llamas,
de todas las malas maneras en las que se puede gritar a alguien.
Y a mi me parece tan erótico,
que dejaría que me llamases una vez
y otra
y otra ya no.
Porque la tercera no fue la vencida,
fui yo.

domingo, 16 de octubre de 2016

Desirée

Una vez conocí a alguien. Tenía nombre de mujer. De diosa griega.
Tenía nombre de bebida alcohólica y de puta. De estrella, de diva de las de antes. Tenía nombre que sonaba a música, que olía al humo del cigarro que te fumas después de un polvo. Su nombre sonaba en las paredes de todas las habitaciones que pisaba. Sabía a caramelo y whisky, a sudor, a una noche de hotel.
Era de esas mujeres con las que me gustaría acostarme. Con las que me tomaría un café en cualquier terraza. Con las que me quedaría hablando de arte, de hombres, o de sexo hasta las tantas. De esas a las que le dedicaría el poema más verdadero y el más romántico. De esas mujeres que hacen que me ponga tonta, o cachonda, o las dos a la vez. Era de esas mujeres fuertes. De las que se caen y vuelven a levantarse. De las que se emborracha tan rápido como se enamora, e incluso en ese estado de embriaguez, es capaz de hablar con coherencia y verdad.
Ella tenía nombre de mujer. Y cuerpo de mujer. Y voz de mujer.
Puede que por eso me enamorase. Pero no os penséis que me enamoré de la forma aburrida y convencional. Me enamoré de su persona, de como me miraba sin parecer que me estaba perdonando la vida, de como era. Real, única. Me enamoré de su mente, de su forma de pensar e imaginar.
Y imaginando me tuvo a mi muchas noches. Imaginándola, soñándola, abrazándola. Me desvelaba, me quitaba el sueño y también me lo provocaba.
Ella era el frío y el calor, el sol y la lluvia. No tenía termino medio. Era el agua que llenaba mi bañera y la sequía de mi desierto. Era mi ídolo adolescente, mi actriz. Era mi sueño y mi vigilia. Era todo y no era nadie. Era una zorra, en busca de un árbol para taparse del chaparrón. Y lo encontró. Encontró su árbol, su refugio, ese lugar donde se encerraba a escribir cuando llegaba la tormenta.
Ella era un libro abierto, que si lo tocaban las manos equivocadas se cerraba con candado. Pero si lo tocaba quien debía, le regalaba sus palabras, sus letras... Y yo fui una de ellas. Fui sus palabras, sus letras, alguno de sus guiones, su película y su obra. Pero eso es otra historia...
Ella era el nombre y los apellidos del premio nobel de las letras, era la portada de mi libro favorito y mi película.
Ella era mi mujer. Mi super mujer y a día de hoy, lo sigue siendo.

Podrán cortar las flores...

Ya no se regalan flores.
Puede ser que porque se haya acabado la primavera,
aquella que parecía eterna.
La que antes duraba 365 días, y que ahora,
dura lo que dura un polvo en un baño,
en cualquier bar de Madrid,
a cualquier hora de la noche,
con cualquiera.
Se detuvo, aquella primavera que Neruda decía que no podrían parar,
decidió frenar en seco.
Como ese coche que quiso llevarse por delante mil y un pétalos
pero que se arrepintió en el ultimo segundo.
Ya no hay flores, ni tampoco primavera.
Y no porque las hayan cortado,
simplemente se han cansado de esperar.
Ya no se sale a bailar.
Es probable, que nos cansáramos
de que nos estuviesen pisando cada dos por tres;
de tener dos pies izquierdos;
y tres manos derechas,
que se quemaban cada vez que tocaban una cintura
o encontraban otra mano que,
-como el zapato de Cenicienta-
se empeñaba en encajar a la fuerza.
Ya no salimos a bailar, por miedo a que nos pisen,
sin darnos cuenta,
de que bailando solos
nos hacemos más daño,
del que pueden hacernos al pisar.
Ya no se escriben cartas.
porque las palabras de plástico
han devorado a las de cristal.
El papel ha sido quemado y al bolígrafo se le ha acabado la tinta.
La mano se ha dormido,
y la inspiración se ha apagado,
al igual que la luz de la habitación donde escribíamos.
Ya no se va al cine.
Porque nos basta con las películas que nos montamos nosotros mismos
una mirada de más, o un beso de menos,
son suficientes para crear un thriller,
o una saga entera.
Las palomitas han dejado de explotar de alegría,
y la bebida la hemos sustituido
por whisky y vozka del malo.
Los bombones se han derretido,
y el telón se ha puesto sus mejores galas
para salir a escena y cerrar la obra.
Ya no se dan los primeros besos del año,
ya no se brinda, ni se abre champan para celebrar.
La copas se rompen por el desuso
y los corazones se congelan de frío.
Las botellas se mantienen cerradas durante veintiocho años
hasta que se tiran,
porque el alcohol y la felicidad se han esfumado.
Todo seguirá estando bien,
mientras los bares sigan abiertos,
mientras tengamos que beber,
y mientras los escritores lleguen a sus libros
oliendo a sexo y whisky
a bajas horas de la mañana,
mientras sus letras, les preguntan a quien más
les han estado escribiendo poemas de amor.
Porque podrán cortar las flores, y podrán detener la primavera.
Podrán quemar los libros, pero nunca parar una palabra certera.